Historias

Cómo la pandemia sacudió la vida de personal de la salud en San Juan

A un año de la pandemia, tres trabajadores de la salud compartieron sus vivencias a lo largo de los meses en los que la vocación se potenció junto a la necesidad de cuidar al máximo a los otros.
domingo, 21 de marzo de 2021 12:06
domingo, 21 de marzo de 2021 12:06

Abrazan una vocación que lo da el todo por el todo. Cuidan al otro con dedicación y con la mayor seguridad y confianza en lo que hacen. Pero la pandemia hizo temblar todo y se encontraron cara a cara con su lado más humano.

Miedos, incertidumbre y buscar todas las maneras posibles para no contagiarse y llevar así el coronavirus a sus casas marcaron los días del personal de salud en San Juan, desde el día en que se decretó la cuarentena.

Y más allá de fases más o menos restrictivas, lo cierto es que la pandemia a ellos los cambió para siempre y siguen estando en la primera línea de batalla. Ahora con más experiencia y con más esperanzas también por la vacunación y con la convicción también de que no son los mismos.

Diario La Provincia SJ dialogó con tres profesionales de enfermería que compartieron sus movilizadoras vivencias.

Lorena Castro- Cirugía pediátrica y Cirugía general

“Cuando supimos que existía un virus que podía convertirse en una pandemia fue rarísimo porque era poco lo que conocíamos. Y el 20 de marzo que entramos en pandemia, la verdad… fue terrible. Me emociono porque sentí miedo, angustia, no saber qué iba a pasar”; dijo con su voz quebrada. El sentimiento traspasa todo y transmite lo vivo que está aquel momento, más allá que ya transcurrió un año.

“Con mis 5 compañeras llegamos a pensar en alquilar una casa o un departamento. Nos decíamos: “si nos pasa algo, vamos a tener que aislarnos. No volvamos a casa”. Pero tampoco sabíamos si nos iban a cambiar de servicio; qué iba a suceder. En el Hospital donde trabajo hubo un movimiento muy grande y había que empezar a formar equipos para hisopar, por ejemplo. Todos los días había noticias nuevas o pasaba algo distinto. Nos íbamos informando”, destaca sobre lo que significaron las primeras semanas de cuarentena.

“Nosotros trabajamos en un hospital y sabemos de enfermedades y manejamos patologías pero no conocíamos este virus que tanto daño hacía. ¿Cuál era el miedo?: llevarlo a la familia. Decíamos: “si nos pasa a nosotros, es nuestro trabajo por elección y vocación”. Sabíamos que íbamos a estar en la primera línea. El miedo, la angustia y el temor eran traer el coronavirus a casa. Por eso pensamos en irnos de nuestra casa a una alquilada. En esas semanas, empezamos a vivir, aprender y convivir con todo un protocolo”, destacó Lorena que se sintió afectada en lo emocional por toda la revolución que ocasionó la pandemia y que la tenía a ella entre los soldados para pelearla con todo.

En eso, veía cómo se iban formando esos “ejércitos” para ir a la trinchera; al lugar más sensible. “Teníamos compañeros que eran elegidos para hacer equipos COVID. De mi servicio salieron 4 compañeros que fueron a la famosa “Covitera” de la que salían grupos con médicos, radiólogos y enfermeros. Ellos iban a hisopar y tratar a las personas que tuvieran síntomas y hasta el día de hoy están allí. Todos pensamos que se iban por 3 meses y aún están afectados a esas tareas. Me acuerdo, me emociono y me angustio”, relata.

Mientras que en el servicio al que ella pertenecía, el tiempo detuvo la adrenalina del cronograma de cirugías y el quirófano entró en una extraña rutina; impensada para los trabajadores de la salud. “Los médicos nos iban avisando que no había más cirugías programadas, que se suspendían. Solamente se atendían las urgencias como operaciones de apéndice, vesícula, traumatismos, por ejemplo. Dejábamos un paciente por habitación y no hubo más visitas. Algo especialmente difícil fue el caso de los niños y ese protocolo sigue hasta hoy. También recuerdo que en los primeros momentos no teníamos los elementos de protección personal; nosotros compramos los primeros barbijos N95 y las máscaras. Desde el Hospital nos explicaron que la urgencia en esos primeros momentos era dar respuesta a quienes estaban en la atención directa como terapia intensiva para pacientes con COVID positivo. Nosotros no estábamos tan expuestos al principio pero sentíamos la necesidad y el compromiso de proteger a los pacientes”, detalló.

Lo mismo sucedía cuando ella llegaba a su casa. El encuentro con la familia se transformó en separación, porque siempre había que interponer el cuidado a todo lo demás: “Llegaba a casa, guardaba la ropa y me bañaba. No tocaba a nadie, mantenía la distancia… No podía abrazar a mi familia (se emociona nuevamente) Fue muy feo. Fue, en su momento, angustia, temor, miedo, desolación. No podíamos abrazar a nadie y hasta nos sentíamos potencialmente contaminados. Era rarísimo”.

Consciente de la que pandemia no terminó y que los cuidados y medidas que adoptó la acompañan cada día para cuidarse y cuidar a otros, Lorena reflexiona que “con la segunda ola, lo único positivo es que ya tenemos un poco más de conocimiento y de experiencia. Estamos más preparados, más conscientes e informados”.

Beatriz Olivera- Terapia COVID

De mirada y palabras directas, Beatriz sintió que la pandemia supo cómo descubrir sus miedos. Trabajando en un área más que sensible con los pacientes más graves con coronavirus, hacía su trabajo de la manera más profesional y segura posible aunque la procesión iba por dentro.

“Fue algo muy raro lo que sentí y lo que pasó desde el 20 de marzo pasado. Estuve en otras epidemias y en el caso de la gripe A, se murieron muchas personas pero no era como esto; esto es algo mundial. No sé si pensamos que no iba a llegar nunca acá; pero rápidamente me encontré con miedo de contagiarme y contagiar a mi familia. Tengo a mis papás, mi suegra, mis hijas chiquitas y mis hermanas. Somos todos muy unidos. Y por otra parte, es duro ver que tenés todos los pacientes contagiados. Fue una sensación potente de miedo, incertidumbre, muchas cosas”, detalló.

Reconoce que estar los primeros tiempos en la terapia COVID fue complejo. “Al estar con tantas personas contagiadas, si bien teníamos los elementos para cuidarnos y la protección, no sabíamos en qué momento nos podíamos contagiar. Había compañeros que se contagiaban y no se sabía cómo. Creo que en un momento tuve ataques de pánico porque sentía que me faltaba el aire y sentía como adormecimiento. Me controlaba todos los signos y estaba bien. Creo que me hacía la dura, ante lo que estábamos viviendo”.

Beatriz asegura que cuando le informaban que un compañero estaba con COVID y ella sabía que había compartido tiempo con él, “me hacía la cabeza. Tenía mucho miedo por mi familia: por mi marido y mis hijas; por mis padres. También, en la terapia, nos cuestionamos permanentemente si nos colocamos adecuadamente toda la protección y si, después de asistir a los pacientes, nos quitamos bien los elementos”.

Además, reflexiona sobre lo que la impacta día a día: “es feo salir de trabajar; de dejar a pacientes que la están luchando y ver que la gente no usa barbijo o que se reúne sin más. En cambio, yo me aislaba por responsabilidad hacia otros. Hasta hoy tengo miedo de contagiarme aunque ya me vacuné con las dos dosis. Tomo todas las precauciones y siempre está el miedo latente del contagio”.

Y sentencia: “ahora, con la probabilidad de tener las cepas más fuertes, veo a gente que no toma las precauciones. Andan por la calle con el barbijo debajo de la nariz. Yo miro para todos lados y les digo: “tápese la nariz con el barbijo porque usándolo así es como si no tuviera nada puesto”.

Juan Molina- Integrante de equipo de vacunación COVID en el polideportivo de la Escuela Gral. San Martín

Sintió que tenía que involucrarse y lo hizo. Por vocación, ganas y compromiso social, pensó en su abuelo y en los adultos mayores y sólo quería ayudar. Lo que vino después, le enseñó, lo movilizó y puso cara a cara con el virus, al desempeñar uno de los trabajos más riesgosos: hacer hisopados.

La de Juan Molina es definitivamente, la historia de su carrera profesional marcada por el coronavirus. “En marzo, cuando se inició la cuarentena social y obligatoria, decidieron comenzar con la vacunación para mayores de 65 años. Como vivo en la zona centro de Santa Lucía, decidí ofrecerme como voluntario para agilizar la vacunación para el centro de salud Villa María. Conozco a mucha gente mayor de 65 años porque a muchos de ellos los atendí. Además, yo participaba en maratones junto a mi abuelo: al correr, impulsaba su silla de ruedas. Soy conocido entre ellos por eso también”, detalló.

“Como voluntario, recorrimos por dos meses por las casas de las personas que teníamos que inmunizar. Después seguimos con embarazadas y niños”, recuerda Juan de los días en los que sólo los equipos de vacunadores eran de las pocas personas que se veía por las calles, en medio de la etapa estricta de la cuarentena.

Juan enseñaba sobre lavado de manos y medidas sanitarias a los pacientes del centro de salud Ivone Silva.

Su espíritu de voluntario no opacaba su realidad en ese momento. No tenía trabajo y sus ahorros los estaba invirtiendo en pagar la carrera de Técnico Universitario en Enfermería, en la Universidad de Congreso. En eso, y por sus antecedentes laborales en salud, recibió un llamado esperado.

“Me ofrecieron un contrato en Salud Pública y empecé a trabajar como agente sanitario en el sector de triage en el centro de salud Ivone Silva, en Libertador y Balcarce. Era otra etapa; todo un reto. Había muchos casos en Santa Lucía y empezaron a realizarse los bloqueos en los barrios. Me tocó estar en la puerta, filtrando a la gente en el triage; es decir evaluando los síntomas de cada uno y literalmente, poniendo la cara”, describió.

El desafío no era sólo profesional ya que pensaba en su familia y en especial, en su abuelo de 90 años al que cuidaba. “Tenía información de coronavirus por capacitaciones que recibía y por los medios pero siempre estuvo el miedo de contagiarme y traer el virus a mi casa, sin saberlo. Tenía mucha precaución: llegaba a la casa de mi abuelo y entraba por una puerta trasera. Me higienizaba completamente y me desinfectaba con alcohol hasta el calzado. Aun así trataba de tocar las cosas de la casa con cuidado. Estuvimos mucho tiempo así”.

Pero en Juan primaba una seguridad: “yo había decidido trabajar en esto. Fui conociendo más del virus y teniendo más conciencia de lo que nos enfrentábamos; a la vez teníamos más capacitaciones en el centro de salud sobre correcto lavado de manos, el distanciamiento social y el uso correcto del barbijo; el por qué se generaban los contagios. Creo que la gente fue conociendo y tomando más conciencia y llegamos a ser una de las provincias con menos casos, en ese entonces, en los primeros meses”.

Luego, le llegó la oportunidad de realizar hisopados. Nuevamente era el coronavirus el que marcaba el paso de su trabajo. “Puedo decir que estaba en contacto “frente a frente” con el virus ya que iba mucha gente con síntomas. Más del 50% de los hisopados que hacíamos daban positivo. Gracias a Dios, en ese momento teníamos buena protección y sabíamos manipular a los pacientes. Afortunadamente, de los hisopados que me tocó hacer, todos dieron negativos”, manifestó.

Con el devenir de los meses y de las altas y bajas en la curva de contagios en San Juan, la vacuna contra COVID llegó a San Juan. Para Juan, otro momento crucial: “así como tomé la decisión de ofrecerme como voluntario para ir casa por casa vacunando; tomé la decisión de ir a vacunarme el primer día del operativo en San Juan. La noche anterior, no pude dormir y me pasaron muchas cosas por la cabeza pero era consciente que estaba para informar y cuidar a la comunidad y era mi trabajo. Gracias a Dios, se dio todo bien aunque con la primer dosis tuve todos los síntomas del COVID porque era una cepa la que nos colocaban”.

Hoy por hoy, Juan es parte del equipo del vacunatorio que funciona en el polideportivo de la escuela Gral. San Martín, en Capital. “Trabajamos con gran alegría al saber que la vacuna hace efecto, es totalmente confiable y dándole la tranquilidad a nuestros adultos mayores que pueden llegar a tener más herramientas para enfrentar la enfermedad.  Ellos han tenido un desgaste psicológico muy grande con el aislamiento: al no poder ver y abrazar a sus familiares; eso los ha afectado mucho”, contó.

Juan agregó que “actualmente estamos vacunando a 600 personas por día y es el segundo centro vacunatorio más grande de la provincia, después del Estadio. Estoy agradecido de la posibilidad que me dieron y de poder brindar mis conocimientos y todo lo que me tocó vivir: desde el comienzo del COVID, cómo avanzó, cómo afecta psicológicamente a las familias como a los pacientes”.

Juan destacó que “actualmente estoy terminando mi carrera de Enfermería. El compromiso lo asumí desde un primer momento para aportar desde mi lugar. Yo elegí esta profesión y hace mucho tengo compromiso. Son muchas emociones y sentimientos que estuvieron en su momento y el año pasado, me tocó vivir muchas cosas que jamás pensé. Gracias a Dios estoy bien, mi familia también y no hemos tenido casos cercanos, pese a estar en contacto permanente con los pacientes. No sabíamos quién tenía síntomas, quién era asintomático y tratamos de educar a la gente en mantener el distanciamiento, el lavado de manos y el uso del barbijo. Se logró concientizar. Ahora, estoy bajo mucha presión porque vacunar no es nada fácil. Tenemos que controlar la temperatura, no nos podemos equivocar en ningún dato, tenemos que ser claros para dar un mensaje a los adultos y hacer todo en un determinado tiempo”.

Más allá de todo lo que implica la pandemia, Juan llega a una conclusión positiva. “Agradezco que me haya tocado esta etapa. Trabajar y estudiar me agota pero es lo que elegí y le pongo empeño. Estoy contento que tengamos una vacuna y sigamos por este camino. Esperamos que esta pandemia termine pronto”.

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